Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Por mis largas contemplaciones viendo al cielo, desde niño me ha gustado el color azul. Siempre ha sido el azul y otros colores, otros colores pero incluyendo azul. Sin proponérmelo, la ropa que uso siempre tiene algo azul.
¿Quién inventaría ese color azul que es rey y turquesa, como dos emperadores de los colores?
Azul pastel como los años que cumples bajo el techo amarillento encima del azul cielo que se vislumbra. El azul está en la montaña, esa señora gorda que nos observa por la tarde de esta ciudad.
Me acompaña un viaje al azul porque llevo una dirección opuesta al blanco, al añil, o al ocre, que más bien son de suelo, de tierra seca.
Hay azul mar que baña las playas y enjuaga las caras transparentes del agua en las cortinas de la aurora. El planeta es azul. El agua es también azul pero tiene que simular para que uno la beba, cuando se junta, el color dominante es azul como una réplica del cielo, una copia cara, un homenaje a la simple mirada.
Todo viene en el librito azul donde están los promedios, donde se miden las multas y los atropellos, vas y te quejas y sacan el cuaderno donde te anotas y esperas. El azul se desespera, no tiene otro color que lo combine tan bien como el amarillo que lo convierte en verde.
El magenta es una aglomeración de colores, lleva camisón azul para que no se sienta, es tan poco, que si se sale y se va para su casa, nadie nota su ausencia.
Es azul el color de la máscara, el alerón de la capa, el surtidor de manzanas que está junto a la puerta. Es azul la capa, el marco del espejo, la banca moderna el ensimismado logotipo, el esfuerzo retorcido de los ojos bonitos.
Sin embargo el azul no tiene la culpa, inofensivo va y se posa en los pájaros por arriba de un cable eléctrico, en las celosías de los patios y banquetas interiores de las casas coloniales, en los adornos churriguerescos de las cornisas recién limpias o siempre manchadas de moho.
Azul intenso, fuerte, seco, verde, turquesa, metáfora, azul insurrecto, mordaz, deportivo y ágil, llano y frágil.
Por mis largas conversaciones con ese color es que lo conozco y sé que es un color pacífico, uno encuentra la frescura y la paz de inmediato, apenas lo vemos. El azul es la gloria pegada a un lado del infierno.
Quien quiera azul celeste que se acueste, pero de eso no estamos hablando, o que se levante como Lázaro, que se calle o grite espabilado. Que amanezca, que agradezca, que no oscurezca demasiado.
Azul en la joya elemental del enamorado, en los aretes que cuelgan de un árbol, en el silencio, por las rendijas del tiempo, en el pasado remoto de muchos aniversarios, por el recuerdo azulado.
HASTA LA PRÓXIMA.
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