Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Detenido en una flor, marsupial del sueño, es mediodía a oscuras, el sol anda ebrio de sol, es una palabrería en el barrio lejano, es una sandía en los labios.
Sin mancha, el sol quema las fauces del mundo, por un acantilado se cuela el sabor del tiempo, el ser se derrite de un aplauso soberano en la plaza de armas.
Es delito mirarse a los ojos, hay pena en esculcar los diarios para asomarse a las letras que no se escribieron.
Esto es mediodía, la luz infame adentro de un árbol crecido a cuchilladas, la luz benévola que resucitó a los muertos que lo sembraron, la soledad de los nuncas y siempre juntos como las manos de un solitario sujeto sujetando la barda por donde se ve el pasto.
En un pueblo lo que arde son las cenizas, los rescoldos, las viejas chimeneas de peltre, el humo de las parroquias llenas de visitantes extranjeros.
La enorme montaña, pantalla ácida, desnuda los ojos, quiebra las ventanas de la tarde, es una gran ola que se aleja. Es la gran sombra venerada que se volvió tierra terca, seca, mirona y sabia.
Los restos del cuerpo se juntan en el suelo, se fueron reuniendo las sobradas reliquias del cuerpo de tierra, somos la pegazón de huesos sin sombra, como el mediodía, si no te ven no existes, el mediodía es una sola hora, al día siguiente el aire se esconde.
Es una metamorfosis la hoja truena, saca su tren de esponja, se dobla para simular paciencia, la hoja delgada cabe en una pieza de arroz, en la voz del trigo que la escribe, en el nido que le hace nacer sin padres.
Es mediodía en el ángelus de la radio y el locutor, impostada la voz, saca a relucir su voz de fierro neolítico peleado a sangre y fuego, a licor y escafandra del mar sin fondo.
Es mediodía en la lógica, en el pensamiento que viaja, en la memoria que se queda, en la antigüedad del esqueleto sin sangre, en la sangre pulsada por la nostalgia.
Un grillo extraño canta, el río ríe, la vereda escapa de su víbora, la planta de los pies madura el fruto de la altivez, el escorbuto de sus labios, la feroz carcajada redentora de otra que hace burla.
Metido en el cuerpo el sol saca los dientes, arrastra el cuerpo viejo, lo azota en los jamelgos cuando llueve, cuando es derroche de pavimento hibrido, toxico, esquilmado por los ingenieros del ayuntamiento.
Es mediodía, la sombra se oculta, no existe el silencio, solo es, pero no es cierto, nadie existimos luego, nos hemos ido para siempre todos juntos a otro sitio de nuestra conciencia, falta un rato para la tarde, falta un segundo para que vuelva la sangre, para que el sol florezca en la tierra como el hijo pródigo de la sombra.
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