Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Esto es la nada. Aquí crece fácilmente el olvido como el monte en la montaña. Es la orilla, la esquina del abismo de Lao Tsé.
Hablas y nadie escucha. Llamas a la puerta y no oyes tus propios nudillos cegados en la refriega de los puñetazos. Ni siquiera se ha perdido la esperanza para buscarla, esto es una ruta vieja que ya nadie usa.
El camino, si lo había, perdió su nombre hace rato y sus huellas huyeron en los remolinos tranquilos que se arrastraron por el polvo.
Crees estar en alguna parte o lo sueñas, este es el suelo que no tocas, el cielo que no alcanzas.
Esta es la vida dicen. Pero no crees y has salido a pensarla, a recrearla con la invalidez del juicio, sin ir lejos, nada más viendo lo cotidiano, lo más elemental.
No hay tiempo, todo se configura en líquidos arroyos, ideas chuecas, agua enjabonada, tuercas desgastadas que aflojan el alma.
En la noche crees ver el hálito de los ojos que no te vieron, ¿qué extraño?, algo de la otra vida otra vez rumiándote a los ojos, algo de lo que no fue buscando la nostalgia, el recuerdo.
Juntas los pies para armar un legajo, un objeto que funcione, para obligarte a moverte por el cuerpo, a ensuciar la cabellera con las manos grasientas y pusilánimes, pecaminosas.
Estás inmóvil y sin embargo no puedes evitar ir a todas partes y eso te duele. Como si quisieras callar y no puedes, no puedes liberarte de tanta falange, de tantos quiebres y fracturas.
Llevas noches y días sembrando oscuras sombras, tratas de no ser, de recogerte al infinito, llegar al final y sólo saber ver para abajo, donde el abismo es el sitio donde estás, pero estás decepcionado.
Pasas saliva y la garganta es un nicho de vocecillas. Dudas de nuevo, alguien te escucha. Quieres callar y tampoco sabes ahí, en el momento de decidir, cuándo tienes que mover un centímetro el sonido. Callar lo que es callar.
Creías estar y no estas, creías ser y no eres, ahora comienzas a destorcer la cuerda con que subías a ver cómo estaban los demás, a dejar una señal de tu existencia.
Destapado en una alcantarilla, como en una botella vacía, descubres el silencio aterrador.
La locura dio vueltas al insomnio y al verte desnudo dejó que pasaras al sitio privilegiado de los sentenciados a la existencia. Es hora de no ser a fondo. No ser nadie sin que lo sepan.
Entre la vida y la muerte es un segundo este sitio, un almanaque, el viaje es más largo.
Cubres con las manos las últimas derrotas, tapas los espejos, la tapa de los sesos, los huecos de los huecos, te mojas la espalda.
Entonces alguien sueña contigo en la orilla asomándote al abismo y mueres para seguir viviendo donde sólo quedan las palabras.
HASTA LA PRÓXIMA.
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