Antonio Arratia Tirado
Cd. Victoria, Tamaulipas.- Hoy murió Lupe Díaz Martínez y sé que a más de uno eso no le importa ni le duele.
Si bien mi oficio es escribir, y porque a mí sí me importa y me duele su ausencia -y mucho-, esta vez me niego a hablar de otro periodista muerto.
Es más, desde donde esté, hasta parece que lo estoy escuchando: ‘Ándele pinche Toñique- porque así me decía-, no que muy picudo… chínguese esa nota sin hacer gestos’.
Sin embargo, voy a relatar un poco de la persona que Lupe fue en vida, el mejor jefe que tenido en mi paso por esta apasionante actividad.
Solo breves pasajes que viví en los años que estuve en El Gráfico, los que me sirvieron para dimensionar y para abrazar con pasión la actividad en la que decidí estacionarme para siempre.
Escuela del periodismo verdadero, el periódico de Lupe pasó a convertirse en una comunidad, en una hermandad que nos enseñó a aguantar furibundos vendavales políticos y de cualquier índole. Tampoco a él le fue ajeno el miedo que produce el frío acero del cañón de una pistola en la cabeza, en su propia oficina en El Gráfico.
Lo sé porque nos lo confió.
Cómo no respetarlo, si fue el único jefe que he tenido que no me corrió ni me vendió cuando se lo pidieron.
Lo conocía tanto, que un día supe que algo no andaba bien conmigo. Lo supe porque esa vez me llamó a su oficina y me dijo Toño, no Toñique, como solía hacerlo.
Serio, muy serio, incluso con el rostro desencajado, me la soltó de golpe.
-Me están pidiendo que te corran güey… cómo la ves.
-¿Y luego güey?… eres el jefe, este es tú periódico.
Abro un paréntesis para señalar que yo combinaba mi trabajo de El Gráfico con la corresponsalía del periódico El Financiero, de la Ciudad de México, en donde, sin saberlo yo, ya me la tenían sentenciada por disposiciones de un gobernador de Tamaulipas.
Lupe dejó pasar unos minutos y su rostro ya estaba más serio y enrojecido.
Es decir, la cosa era grave.
-Quieres saber quién está pidiendo que te vayas?
Para qué, igual me tendré que ir.
-Y tú te quieres ir cabrón?, ¿te vas a rajar?
Claro que no, yo aquí tengo una jefatura pero no dejo de ser empleado. Y yo no voy a afectar al periódico y con ello a ti y a toda la raza que vive de esto.
-Tienes problemas con Tomás Yarrington?
Ni sé, yo no las llego hasta allá arriba.
-No seas mamón Toñique ¿crees que no leo mi propio periódico?
Ahí entendí quién le estaba pidiendo mi salida. Ahí supe también que Lupe sí revisaba el periódico. Y también cuanta confianza y cuanta libertad editorial nos daba.
-P’a qué te peleas con esos animales de uña, cabrón?
-Solo intento defenderme.
Haciéndome ya fuera del periódico, de pronto Lupe me sorprendió con la propuesta.
-Mira pinche Toñique, vamos a hacer una cosa…
Como qué?
-El que está pidiendo tu salida es Eduardo García Puebla ¿sí sabes quién es ese cabrón?.
Lo sé, aquí en El Gráfico también he escrito sobre él.
-Y eres de hule o qué chingados- ripostó Lupe, en medio de un estentórea carcajada.
Ya menos tensa la situación, Lupe, el Lupe que hoy se nos fue, el que se quitaba la camisa para jugar a las luchas con Tino, el operador de la prensa, dio fin al problema con un salida inusitada.
-Sale güey, te doy chance de que le des una chinga a García Puebla unas dos veces más aquí en el periódico, pero con una condición.
-Cuál?
-Si Tomás Yarrington se nos viene encima tú solito tomarás la decisión.
En ese tiempo Eduardo García Puebla era el súper asesor del entonces gobernador de Tamaulipas.
Y no, no me fui de El Gráfico, pero sí de El Financiero, donde la negociación si hizo mella
Esto lo sé por voz propia de Tomás Yarrington, quien, entre risas y en el pináculo de su poder, me lo confesó en una entrevista para el periódico El Norte, donde yo ya el corresponsal después de que me ‘bajaron’ de El Financiero,
-Yo no fui güey, fue García Puebla, que no sé por qué no te quería.
Las anécdotas son muchas, pero también sé de la parquedad de Lupe y de que no le agradaba mucho el protagonismo en los medios…
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