Por Antonio Arratia Tirado
Cd. Victoria, Tamaulipas.- Experto de la alquimia, implacable animal electoral, el PRI de Tamaulipas aplicó una vez más la máxima que las féminas tiene a acuñada para sí, pero que muy bien le acomoda al tricolor: “Las mujeres podemos despedazarnos, pero jamás nos haremos daño”.
Eso ocurrió en el proceso para elegir al dirigente del PRI, que culminó este sábado con el Consejo Político Estatal que ungió a Sergio Guajardo Maldonado, cuyo resultado se sabía incluso antes de que se cruzara la primera boleta.
El mismo Oscar Luebbert Gutiérrez lo sabía desde que llegó, con el rostro adusto y enrojecido, contrastando con la locuacidad de Alejandro Guevara Cobos, la ancha sonrisa de Luis Enrique Arreola Vidal y la actitud aquiescente de Sergio Guajardo Maldonado.
El triunfo de Guajardo Maldonado no se escribió este sábado, un día caliente que solo fue el colofón de un frío trabajo hormiga que desde hace meses se ha venido urdiendo desde lo más alto con una intención que parece una desmesura: perfilar un aspirante a gobernador ¡a 5 años de distancia!
-Dale seguimiento a los Etienne -dijo un interlocutor válido.
-¿A los Etienne?
-Nomás mira cómo se desplazan, con quién hacen grupo, con quién hablan y a quién ignoran.
El ejercicio de observación se amplió y sí, ahí estaban todos. No solo eso: estaba todo el gabinete que fuera de Egidio Torre Cantú, incluido el mismísimo cuñado Fernando Heftye Etienne. Todos consejeros.
Incluso el converso Pedro Etienne Llano, con su eterno sombrerito, robó cámara en un extremo del estrado, charlando en franca camaradería con el delegado del CEN del PRI, José Murat Casab.
Apenas iniciaba el conteo de los votos pero ellos, con su simple actitud, adelantaban un resultado predecible.
La desmesura de que todo es un plan maquinado por las huestes de Egidio Torre y sus conocidos y desconocidos protectores para cocinar a fuego lento a Sergio Guajardo con vistas a la sucesión gubernamental, la medio corrobora sin quererlo el hermano mayor, el gurú de la familia: Ernesto Guajardo Maldonado.
Son las 15:30 horas, 15 minutos después de que Aída Zulema Flores Peña se aventó en sábado la frase dominguera de que “el mejor partido de México es el PRI”, cuando se apreció a Ernesto Guajardo en la puerta de salida, haciendo labores de anfitrión.
Eufórico, la amplia sonrisa tatuada en el rostro, despedía a los consejeros con efusividad y en corto, a algunos, los conminaba a trabajar juntos con su hermano porque lo mejor está por venir.
Muchos consejeros ya sabían que lo mejor está por venir, porque desde el miércoles se intensificó la puja por los votos. Si el miércoles valía por ejemplo 20 mil, el jueves ya eran 30 y el viernes 50.
Los resultados se pudieron constatar en el enorme estacionamiento de la Universidad La Salle, sede del evento: decenas de vehículos con la leyenda que hacía ostentación del nombre de Sergio Guajardo Maldonado.
Era la fiesta de la simulación, a la que acudieron todos salvo los tres últimos gobernadores priistas (uno detenido en Italia), precisamente los tres más cuestionados en la historia de Tamaulipas, incluido el que simuló que también lo sería: Baltazar Hinojosa Ochoa.
Fuera de la fiesta, como suele suceder, los periodistas se entretenían en calcular cuántos años de cárcel habría en el interior del recinto.
Hubo un momento en que se encontraron y abrazaron Ricardo Zolezzi y Erick Silva y los testigos apenas contuvieron la carcajada.
-¿No estará la DEA afuera? -bromeó alguien.
Pero no, porque de haber estado, la redada habría dejado el salón medio vacío.
Eso, quizás, obligó a algunos consejeros a quedarse en casa porque de los 577 que son alcanzaron a llegar 448, nueve de los cuales no pudieron votar porque no traían consigo la credencial requerida para hacerlo.
El dato duro, oficial: 256 votos a favor de Sergio Guajardo contra 181 de Oscar Luebbert Gutiérrez.
De dientes para afuera, Oscar Luebbert aceptó el resultado y en entrevistas con los medios le sacó la vuelta a las preguntas incómodas y optó por la institucionalidad.
Era el fin del evento y pocos los que quedaban en el recinto.
La pregunta inicial de alguien que extrañó a Ricardo Gamundi Rosas y a los geñistas renombrados estalló de pronto en la cabeza del reportero cuando vio a alguien salir, apresurado.
Con una cachucha calada casi hasta las orejas, desfajado, en pantalón de mezclilla y tenis, el individuo con fachas de trailero abandonaba el lugar, como si nada, lejos de los reflectores.
Algo lo delató: el séquito que se esforzaba por aguantarle el paso, en el trayecto hacia el estacionamiento.
Era el todopoderoso geñista César García Coronado, el arquetipo de los neopolíticos tan presumidos por Enrique Peña Nieto, muchos de los que ahora están en prisión o andan huyendo.

El delegado de la SCT en San Luis Potosí -“el señor de los aviones”- subió apresuradamente a un auto y entonces un movimiento inusual en el entorno llamó la atención.
Era otro séquito de guaruras que, en otro vehículo, salió escoltándolo velozmente hacia la salida de la universidad que albergó la reunión del Consejo Político Estatal del PRI.
Sí, Egidio Torre Cantú y Eugenio Hernández Flores estuvieron ahí, aun sin estarlo…
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