Por.-Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- No te resistas a morir. Deja que el cuerpo descanse en paz y muera. No dejes que antes de morir exista un ego que te permita sobrevivir por mientras horas extras. Si haz de morir muere. Pero no cobardemente. Muere con orgullo levantada la frente.
Es de valientes la vida y si ya pasaste por ella, qué más da; si ya te dijeron la hora aproximada, puede que se equivoquen, pueda que no pase nada y tu muriéndote.
La muerte se aproxima velozmente a la casa de los desahuciados, no es una presencia física, es una realidad. De esas que ahí están y no se ven. Te asombras de no haberla mirado. La realidad no se ve hasta que la necesitas.
Nadie quiere estar en la nómina de ser presentimiento. Luego de unos años notas que alguien te sigue, sospechas, pero ignoras que ya muy cerca cuídate Juan que por ahí te andan buscando y no quieres echar un vistazo, darte la vuelta; y prefieres mirar la pared que son los siguientes pasos que das ahora que puedes volar por los aires.
Aunque te resistas llega el fin. Uno lo espera de lejos, pero de cerca es una infamia, una decepción encontrada en los recuerdos, un metiche esqueleto que te duele, un músculo que ha colgado las ganas, lo guantes pues. Y te quedas a esperarla.
No te resistas, cruza la plaza convertida en pantano, descuelga las corbatas y ponlas en un hatillo de cuerdas para bajar o subir en la imaginaria, sueña un sueño infinito, duerme, muere lentamente.
Muérete en el espejo, en el entrecejo, en el peor rostro que pudiste haber mirado, descúbrete en el instante propicio para saber quién eres, califica con dos dedos de frente lo que no hiciste por ti o por nadie, dio lo mismo, aquí estás ahora encerrado en esta celda oscura, en la casa antigua de la calavera.
Escucha con atención la voz cierta, la única que hubo. Escúchala por única vez como un privilegio de finado.
Saldrá en los medios que moriste de una muerte inexplicable, que moriste adrede, que te suicidaste y que manchaste el honor de tus padres que seguramente no te enseñaron a morir desde antes.
En un montón de palabras verás de lejos cómo se destruyen los objetos, las locaciones del cuerpo, al escenario horrible que viviste.
Afuera habrá el bullicio de costumbre, gente inoperante haciendo que hace. Que nada hacen, van y vienen a ninguna parte. Siempre perdiendo el tiempo buscando la muerte, como el que tú perdiste.
Escucha el murmullo de tu cuerpo sangrando palabras, comiendo, arrastrándolas a la caja de metal que baja oxidando el cuerpo, pudriéndolo, sonsacándolo entre los gusanos. Te estás muriendo.
Nadie ha visto tu muerte que se fue sin avisarte, te ha dejado solo en medio de toda esa gente que te mira con morbo. Cuando la muerte no esté, la extrañarás, pero ahora levantas la cara y vez tu sonrisa luego de algunos años, sabes que no eres cierto, que fue tu ego, debiste morir antes y ahora te dedicas a pasear sin ver por el bien, por los demás que igual que tú se van muriendo.
HASTA LA PRÓXIMA.
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