Rigoberto Hernández Guevara
Ciudad Victoria, Tamaulipas.- Todo el mundo sabía de cual lado estaba yo, menos yo. Sabía que algo andaba mal en mí, pero no atinaba a saber qué. Ni me acercaba a la realidad.
Al principio fueron mareos y cuando me acostumbré, noté que al paso del trastabilleo, cuando caes o no caes, pero en lo que caes hay uno que cae y el otro camina.
Me di cuenta que había otro igual que yo justo enfrente de mí. Hacía lo mismo que yo. Nunca he sabido cuánto tiempo permaneció ahí sin ser descubierto, riéndose. Esperando este momento.
Mi doble además interactuaba y con la misma banda que yo interactuaba. Me limpié las lagañas, me fui a lavar la cara y regresé ya espabilado viendo la tarde.
Eso no dejaba de estar por menos que sospechoso. Al menos que sea una broma. Pero no había manera por ninguno de los cuatro costados de que así fuera.
No tardé mucho en entablar relación con mi doble. Pero el caso resultó poco solvente porque él seguía exactamente el mismo guión que yo hasta para ir al baño. En una de esas quise correr y me ganó.
Por un tiempo lo traje como un perro, lo arrastraba como quien jala una cadena para bajarle su autoestima. Lo puse a jalar al mismo tiempo que lo hice yo. No obstante la negociada estribaba en quién de los dos terminaba por hablar en cuál y qué otro tema por ejemplo.
Algo pasa al otro lado del cosmos, pienso, porque de pronto un golpe te lleva a ese intrincado y fascinante mundo.
La historia de mi similar pasó pronto porque pronto este se volvió una multitud en la ciudad. Era este mismo mundo, pero, entre líneas y vidrios, dos posibilidades jugaban a convivir. Una transparencia suave que se palpaba y dejaba de ser cartel para existir. Apenas se distinguía entre la supuesta confusión.
Por ese tiempo, mientras dormía, lograba a tener verdaderos descansos. Pero al levantarme iniciaba mi tarea de forzar la realidad que comenzaba a subsistir.
Hacía alto en sus propios semáforos, pero en fin la calle era la misma, los edificios caídos sin embargo eran los mismos.
Yo además, comencé a notar que estos cerecillos que ahora aparecían por todas partes eran más amables que nosotros los originales.
Vi varias poblaciones que rondaban por donde ronda la misma ciudad que habito y noté que algunos vestigios en el lecho del río tenían su razón de ser y de estar ahí arrumbados.
Nunca les pregunté de cuál dimensión venían. Tampoco había vuelto hablar de ello.
Nadie me dijo que callara. Sabemos que hemos nacido sin recordar. Y sólo hay que decir cosas que den alegría. Esto tal vez me esté sucediendo dentro de mil años, y cuando empezó esta historia yo era un perro.
HASTA LA PRÓXIMA
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