Azahel Jaramillo H.
Cd. Victoria, Tamaulipas.- En ocasión del próximo 30 de abril les comparto estas vivencias de niños que luego mucho destacaron al crecer.
Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura, cuenta una anécdota de niño. «Habiendo apenas aprendido a escribir, sentí una vez una intensa emoción y tracé unas cuentas palabras semirrimadas . Las puse en limpio en un papel, preso de una ansiedad profunda, de un sentimiento hasta entonces desconocido, especie de angustia y de tristeza. Eran un poema dedicado a mi madre, es decir a la que conocí como tal, a la angelical madrastra cuya suave sombra protegió toda mi infancia. Completamente incapaz de juzgar mi primera producción, se la llevé a mis padres. Ellos estaban en el comedor, sumergidos en una de esas conversaciones en voz baja que dividen más que un río el mundo de los niños y el de los adultos. Les alargué el papel con las líneas, tembloroso aun con la primera visita de la inspiración. Mi padre, distraídamente, lo tomó en sus manos, distraídamente lo leyó, distraídamente me lo devolvió, diciéndome:
-De dónde lo copiaste?
GABRIEL GARCIA MARQUEZ
El escritor Gabriel García Márquez, Gabo, cuenta a Elena Poniatowska del gran afecto que le tenía a su abuelo: Mi abuelo me llevaba a conocer todo lo que llegaba a Aracataca.
En esa época estaba ahí la compañía bananera, la United Fruit Company, y todo lo que iba apareciendo en los Estados Unidos, todas las novedades técnicas las traía esta compañía a Colombia, entre otras el cine, el radio, así como cosas tan estupendas como el circo y los fuegos artificiales.
Entonces a mi me parecía fascinante ir todos los días de la mano de mi abuelo a la llegada del tren a las once de la mañana.
-¿A poco iban todos los días?
-Sí, casi todos los días: mi abuelo iba mucho porque recogía cartas, papeles, cosas de estas que tenían que ver con sus negocios, y para mi cada que llegaba el tren era como el descubrimiento de una maravilla.
Llegaban gitanos, llegaban enanos, toda clase de cosas. Cuando llegó el circo llegó un dromedario, un camello con cara de borrego; llegaron ferias enteras, los hombres armaban ruedas de la fortuna, montañas rusas, caballitos.
-¿Quisiste mucho a tu abuelo, Gabo?
-Murió cuando tenía yo ocho años y desde entonces creo que no me ha sucedido nada interesante.
JOSE RUBEN ROMERO
En su libro autobiográfico Apuntes de un lugareño el michoacano José Rubén Romero dice: «Pintada de un añil corriente se alzaba mi casa cerca de las cuatro Esquinas. En el fondo del patio, poblado de geranios y rosales, la sombra prieta de los vástagos sobre la pila siempre rezongona. Angostos corredores llenos de macetas.
Cuartos bastante oscuros. Este es el recuerdo que tengo de la casa donde nací, y que me perdone mi madre si no le hago mejores elogios, a pesar de que a veces he oído que era preciosa.
¡Cotija de la Paz! ¡Cinco años! Las primeras letras aprendidas, bendito entre las mujeres, en la escuela particular de Doña Merceditas.
De aquella escuela solo dos detalles guardo en la memoria, que me saqué un plato de cajeta quemada en una rifa y el suave y perfumado recuerdo de los días de campo organizados como premio a la aplicación o como descanso mensual a la tarea de conjugar un verbo o de multiplicar por nueve.
ALTAIR TEJEDA DE TAMEZ
De niña, reveló, la escritora Altair Tejeda que le fascinaba tanto la lectura que al irse a dormir y para evadir el regaño paterno se metía a la cama con un libro y una linterna de mano . Se tapaba de pies a cabeza y continuaba leyendo.
ARACELY RIVERA
La arqueóloga Aracely Rivera narra que tenía 7 u 8 años cuando su abuelo llegó con una cajita con 20 figurillas totonacas halladas en un rancho.
«Me senté a la orilla del baño con una tina a lavar lo negro que no me gustaba de las figuras. Me arrepentí cuando estudié arqueología, porque supe que les quité la decoración de chapopote que le pusieron los indígenas».
«La curiosidad me llevó a aferrarme a la arqueología. Ahora sé que lo tuve claro desde que abrí la caja con las figurillas totonacas».
Su interés no fue compartido por su padre, quien le exigió un título «convencional» por lo que cursó sociología en la Universidad Iberoamericana y, ya con un trabajo, en 1981, entró a la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
PEDRO BANDA
El pintor Pedro Banda en entrevista me dijo: Mi niñez la pasé en nuestra casa familiar del 18 Guerrero número 2’02, pero en vacaciones de Verano mis padres me llevaban a El Barretal, municipio de Padilla.
«Iba yo a quedarme a casa de mis tíos Jesús Martínez y Josefa Banda. Mi tío era cocinero de la Escuela Industrial -ahora abandonada y destruida por el tiempo- , así que era también una delicia probar los tamales, el pozole, el mole, las tortillas, el champurrado.
No todo eran los placeres de la cocina, añade el maestro Banda “pues yo tenía muy chamaco, de siete, ocho años, que ayudar en los sembradíos que en El Barretal tenía mi tío Jesús . Mi trabajo consistía en que a la hora de regar no se saliera el agua de los surcos, armado yo de un azadón y de una pala. Esto se hacía muy temprano, al amanecer. Así, una mañana me percaté de la belleza del rocío en las hojas, belleza que era acentuada por el sol. Acerqué mi cara a una hoja para ver bien cerquita el rocío. Y ví el sol a través de la gota!, se formó un caleidoscopio fabuloso, hermoso!»
Ahí en los sembradíos de mi tío Jesús, en El Barretal, me nació a mí el gusto por el color, mi vocación por la pintura”, precisa Pedro Banda, destacado pintor tamaulipeco. (NOS VEMOS).
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